domingo, 6 de diciembre de 2009

La ciudad de los ciudadanos: el espacio público como medio de expresión colectivo


En los últimos años se ha planteado con frecuencia, acerca del carácter actual de los espacios públicos, su significación, su estado de degradación y sus cambios permanentes, situación de la cual no podríamos hablar sin tomar en cuenta a la ciudad misma en toda su dimensión puesto que el espacio público es inherente a la concepción misma de la ciudad.
De hecho, todo el entorno y movimiento urbano que se vive en la ciudad, es el mismo percibido desde sus espacios públicos los cuales son, en parte, una consecuencia del escenario urbano que los identifica y contiene. No olvidemos que la ciudad, como hecho colectivo, es el lugar por excelencia de intercambio y encuentro de los individuos en sus espacios públicos (particularmente), los cuales comenzaron a materializarse y modificarse desde los inicios de los procesos de socialización del hombre y la especialización progresiva del trabajo a lo largo de la historia.
Tal como mencioné, el paisaje urbano se origina como un efecto-causa de la relación hombre-cultura en un ambiente natural dado y es percibido, como una manifestación de valores comunes a un grupo humano dentro de una concepción temporal y espacial que involucra forma y función del entorno que habita.
Por lo tanto, entenderíamos al paisaje urbano como aquel que alude al paisaje de las ciudades, y dentro de estas, a los espacios abiertos públicos y los elementos que los conforman. Es así como estos espacios, corresponden a los lugares donde las personas se relacionan y ejecutan diversos actos propios del ciudadano. Es decir, son los espacios de encuentro y participación de la vida comunal del entorno reconocido como ciudad.

Ahora bien. La interpretación de la ciudad por parte del individuo que habita en ella, corresponde a los escenarios espontáneos. Esto es, necesariamente, el pensamiento colectivo que se expresa en actos individuales y que son abordados por los diversos rincones y espacios que conforman la ciudad.
De esta forma, la manifestación de cada persona, se ve reflejada a través se sus actos en algún espacio público que la ciudad dispone para garantizar, en alguna medida, una cualidad integradora de un proyecto urbano. Es decir, un potencial relacional que debe ser evidentemente confirmado por el diseño y luego verificado y desarrollado por el uso.
Por lo tanto, según lo dicho anteriormente, el escenario espontáneo es aquel espacio público que se expresa en un ámbito contextual no específico (cualquier lugar inmerso en la ciudad), pero que se configura de elementos urbanos que llevan a la expresión individual de un lugar en particular. Esto es, la configuración de los espacios a partir de fragmentos urbanos que responden al desafío de articular la imagen de barrio-ciudad con el mismo habitante del lugar.
De la misma manera que la ciudad posee diversos rincones de expresión arquitectónica, existen distintos modos de observar y albergar la arquitectura que se entrega a la ciudad, o sea, al propio habitante. Así, podemos plantear que estos espacios, de índole “natural”, pueden acoger a variados usuarios que manifiestan sus necesidades a través de una expresión social y cultural. Es decir, este desarrollo espontáneo y necesario del ciudadano, logra transmitirle a los espacios un carácter único y puntual, el cual se comprende como diferentes movimientos sociales que comparten una partitura en común: la ciudad.
Anteriormente, se hace mención a que el escenario espontáneo es aquel espacio (no específico) que la ciudad otorga al ciudadano; Es un lugar que responde a las necesidades o inquietudes de una persona, la cual brinda al entorno inmediato, un carácter único y formal. Obviamente, este panorama, no necesariamente, puede compartir el mismo sentido, visual y categórico, para otro individuo que habita la ciudad.
La forma de identificar o reconocer un escenario de características espontáneas, es a través de una observación más detallista de los espacios que vivimos. Es decir, tomar en cuenta la funcionalidad que los espacios nos otorgan y a partir de eso, asumir ciertas condiciones que van adjuntas a la función que se entrega.
Para ser más claros, estos “parámetros” asumidos por el hombre, son el resultado de una práctica ancestral de usos específicos ejercidos sobre un territorio determinado, y que corresponden a una organización espacial relacionada con una serie de costumbres sociales, mentales y técnicas. Por lo tanto, las huellas ya infundadas por el hombre a través de la historia nos hacen referencia a los modos de utilizar elementos y espacios arquitectónicos dispuestos en nuestro ambiente.
Claramente, estas condiciones se convierten, con el tiempo, en tipologías que pueden ser reconocidas por sus envolventes culturales y sociales de grupos de personas que moldean y habitan la ciudad.
Por lo tanto, los actos espontáneos, serán aquellos que podamos identificar con una sutil muestra de “irregularidad” visual en un espacio o mejor dicho, la utilización no planificada de un lugar determinado. Es una situación no esperada del individuo ante su entorno; una manera personalizada de utilizar y dar carácter al lugar que nos rodea.
Por estos motivos, las creencias de formas estandarizadas de usos de los espacios, se convierten en meros parámetros posibles a seguir, pero no entran en las reglas individuales del ciudadano, quien observa, piensa y actúa de la forma más inesperada (muchas veces) ante su espacio directo.


Ya mencionado el significado de los escenarios espontáneos y los actos que por efecto natural se ejercen en esos espacios, haré referencia a los factores directos que configuran nuestro sistema de actos espontáneos.
Estos elementos corresponden a las dos caras de la moneda que la ciudad integra. Es decir, el proyectista y el intérprete-ciudadano.
Por un lado, el proyectista es aquel protagonista que modela los espacios de la ciudad y logra componer una pauta con distintos elementos de arquitectura urbana. Es aquel individuo que logra compenetrar, por lo general, en el real sentido de estética y funcionalidad que los espacios urbanos otorgan al ciudadano común.
El proyectista, quien se reconoce por entregar la oferta ante una demanda urbana, plantea elementos arquitectónicos que desarrollan un entorno en la ciudad; Logra poner en juego una serie de estándares de confort que incitan a la utilización, determinada muchas veces, de los espacios mencionados.
Así es como reconocemos a una de las partes que componen nuestra partitura urbana, la cual nos moldea de la mejor forma posible (generalizando), los ejes, intersecciones, uniones y límites entre espacios, además de la propia idealización de un entorno que merece ser habitado.
Ahora bien. Entendiendo uno de nuestros protagonistas en este sistema de actos espontáneos, se integra indiscutiblemente el intérprete ciudadano.
Este individuo, pasa a ser el co-protagonista de la ciudad. Es aquel encargado de leer la pauta que el proyectista desarrolló y darle una “melodía” única e individualizada a la partitura, o sea, a la misma ciudad.
Evidentemente, estamos sobre la base de que cada persona es única e irrepetible, por lo que su forma de interpretar su realidad, es totalmente personalizada.
El hombre, de principios de la historia, logra hacerse cargo de su entorno y responde a sus necesidades de acuerdo a sus propios parámetros de confort y satisfacción individual, por lo que su espacio habitable se compone de elementos simples y/o complejos que hacen de él un lugar que se decodifica personalmente.
La lectura de los espacios urbanos, responde al propio entendimiento del ciudadano ante su entorno. Esto es, el carácter único que cada persona es capaz de otorgar a su ambiente inmediato; Se habla de una apropiación del lugar a partir de la forma de cualificar el ambiente y entregarle un uso personal fuera de los estándares funcionales que, supuestamente, los espacios se ven condicionados.
Por lo tanto, estas interpretaciones se manifiestan de acuerdo a los actos individuales del usuario y que encadena, irremediablemente, una situación colectiva de lógica espontánea.